Título: Los abusos de la memoria Autor: Tzvetan Todorov
Páginas: 62 pág.
Editorial: Paidós
Precio: 9,95 euros
Año de edición: 2013
Vivimos bajo el imperio
de la memoria. En España no cesan en el debate público las polémicas acerca de
la llamada memoria histórica. Desde 2022 existe una Ley de Memoria
Democrática que pretende fomentar el conocimiento de las etapas
democráticas de la historia de España y preservar la memoria de las
víctimas de la Guerra Civil y la dictadura franquista. La derecha
ataca la memoria histórica acusándola de soviética, sectaria y parcial. La
izquierda acusa a la derecha de ser heredera del franquismo. Así que los
debates sobre la memoria se convierten en un campo de batalla en
donde se dirimen en el presente político los traumas del pasado y
se trata de deslegitimar al adversario. Lo mismo sucede en otros países.
Naturalmente, los combates por la memoria propician todo tipo de
tergiversaciones históricas. Porque una cosa es la memoria y otra distinta
la historia. La historia se nutre de memoria, pero la trasciende gracias a
un enfoque objetivo y universal, que se quiere imparcial. La memoria es parcial
y reivindicativa.
Tzvetan Todorov en
su breve «Los abusos de la memoria» (2008) propone un perspicaz análisis de lo
que es la memoria, de su buen uso y de la necesidad de evitar
su sacralización. En primer lugar, debe decirse que la memoria se nutre no
solo del recuerdo, sino también del olvido. La memoria supone una selección de
aquello que debe recordarse. Esta selección obedece a unos criterios previos
que no son para nada inocentes. La memoria siempre escoge consciente o
inconscientemente. La memoria individual criba los recuerdos
para hacer más fácil la vida del individuo. La memoria colectiva
oscurece unos hechos históricos, poniendo el foco del recuerdo en
otros.
En cambio, la
investigación histórica, por definición, tiene una dimensión universal. La
buena historia investiga en vez de conmemorar; evita las generalizaciones
abusivas; intenta comprender los hechos en su contexto; compara unos
acontecimientos con otros; y evita las soflamas moralizantes, siempre
superficiales. Además, de la historia se sacan enseñanzas para el
presente, que no deben echarse en saco roto, asumiendo, no obstante, que
la historia nunca se repite. Saltan las diferencias entre memoria e historia.
Todorov dice que las
memorias deben compararse, lo que implica analizarlas críticamente, para
así poder extraer conclusiones universales. Pero si la memoria se
convierte en un culto religioso a lo «único, incomparable e irrepetible»,
se destruye la misma posibilidad de un debate racional. No se trata de
justificar nada, pero sí de comparar y contextualizar, sin necesidad de
absolver a los verdugos. Los acontecimientos históricos deben explicarse, aun
los más aparentemente absurdos e inhumanos. En el caso del Holocausto, se ha
insistido tanto en su excepcionalidad, que ha acabado por convertirse en una
industria cultural más, bastante trivial a menudo.
Evidentemente, la
historia permite comparar el Holocausto con el Gulag, las bombas atómicas o el
exterminio de los armenios, aunque solo sea por el común sufrimiento humano que
suponen estos terribles acontecimientos. Otro peligro de la trivialización de
la memoria, para Todorov, es el victimismo de aquellos que siempre se
creen víctimas. Ejemplo: el estado de Israel, una potencia militar de
primer orden, está llevando a cabo una dura política de limpieza étnica en
Palestina, pero dice sentirse amenazado por un fantasmagórico «nuevo
Holocausto». Por supuesto, se trata de una sencilla y eficaz estrategia
política para acallar cualquier crítica, acusando de antisemitas a los
discrepantes. Otros colectivos hacen lo mismo por otras causas.
Por lo demás, la
sacralización y trivialización de la memoria (paradójicamente, una cosa lleva a
la otra) permite centrar el «mal absoluto» en el pasado. Como señala
con lucidez Todorov, luchar contra los fantasmas de Hitler o Stalin nos evita
combatir contra los criminales de aquí y ahora. El mal está confinado en el
pasado. En el presente no existe el mal, solo daños colaterales. Los adictos a
la memoria trivial hacen su papel de héroes y nos regalan lecciones de
moralina. Sin embargo, «dar lecciones de moral nunca ha sido una
prueba de virtud», advierte Todorov. ¿Acaso ahora mismo no
se están produciendo matanzas, torturas, guerras salvajes y abusos de todo
tipo? ¿Y sus responsables no son a veces esos países tan aficionados a
recordarnos lo que ellos quieren, como ellos quieren y cuando ellos quieren? La
buena conciencia más perversa es la otra cara de la memoria trivial.
Todorov defiende una
memoria crítica y universal, que incluya y no excluya, que permita
entender los sufrimientos humanos del pasado y del presente, que
no subordine el presente al pasado sino el pasado al presente, y que
atendiendo al carácter único e irrepetible de cualquier acontecimiento (lo cual
es una perogrullada), nos permita entenderlo en su dimensión universal, o sea
humana, y siempre en conexión con otros acontecimientos. Un pequeño
gran libro cuya lectura se hace absorbente por la inteligencia sin
mácula, el estilo exacto y el valor moral de su autor.
Tzvetan Todorov
Tzvetan Todorov
(1939-2017), fue un sabio francés de ascendencia búlgara. Todorov nació en
Sofía. Era hijo de bibliotecarios, así que su contacto con los libros fue
temprano y fecundo. En 1963 se trasladó a París para sus estudios de doctorado.
Fue alumno del lingüista estructuralista Roland Barthes. Todorov se
nacionalizó francés. Sus impecables libros tratan de historia
literaria, semiótica e historia cultural. Serio defensor de una filosofía
universalista e ilustrada contraria a las mitologías etnocéntricas, se
convirtió en uno de los intelectuales europeos más respetados. En 2008 recibió
el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. Tzvetan Todorov
falleció en París en 2017.
Publicado por Alberto.